Corrían a cielo abierto y hoy fluyen en silencio bajo el cemento. El sistema de arroyos porteños —Maldonado, Vega, Medrano, Cildáñez y otros— conforma una red oculta que todavía define la vida subterránea de Buenos Aires.
El arroyo Maldonado, el más conocido, nace en San Justo y atraviesa diez barrios hasta desembocar en el Río de la Plata. Gran parte de su cauce fue entubado entre 1929 y 1933 bajo la Avenida Juan B. Justo, en una de las obras hidráulicas más grandes de la época. Cuando aún no estaba cubierto, las inundaciones eran frecuentes. En 2012 se inauguraron túneles aliviadores que multiplicaron la capacidad de drenaje del sistema.
El arroyo Vega, de once kilómetros, fue entubado entre 1934 y 1941. Atraviesa Villa Devoto, Agronomía, Parque Chas, Villa Ortúzar, Villa Urquiza, Coghlan, Belgrano y Colegiales. El Cildáñez, protagonista del sur porteño, corre otros 11 km bajo tierra desde la década del 60, mientras que el Medrano, nacido en San Martín, atraviesa el norte de la ciudad hasta Núñez.
Antes de esos grandes entubamientos, en 1910 ya se habían cubierto los cursos de agua del “Radio Antiguo”. En 1919 el Concejo Deliberante decretó la política de ocultar los arroyos para evitar malos olores y posibles focos de infección. Era una visión higienista y progresista: entubar equivalía a civilizar.
Sin embargo, ese paradigma está empezando a revisarse. Los proyectos de desentubamiento o “renaturalización” de cauces buscan devolver al paisaje urbano su vínculo con el agua. Pero el debate técnico y ambiental es complejo.
Algunos especialistas sostienen que antes de encarar costosos desentubamientos, Buenos Aires debería poner en valor las desembocaduras que aún están al aire libre y hoy se encuentran abandonadas o contaminadas, como la de Ugarteche. En esas zonas, el agua sigue fluyendo a cielo abierto pero sin mantenimiento ni integración con el espacio público. Recuperarlas permitiría generar corredores ecológicos y pulmones verdes sin alterar el sistema hidráulico existente.
Otros plantean que el conurbano bonaerense ofrece una oportunidad distinta: allí todavía existen decenas de arroyos sin entubar que podrían reconvertirse en espacios públicos de contacto con la naturaleza, en lugar de replicar el modelo urbano que los convirtió en cloacas subterráneas. En los últimos años también se habló de reabrir un tramo del Medrano como corredor ecológico y pulmón hídrico. Más allá de los proyectos, la discusión revela un cambio cultural: una ciudad que durante un siglo buscó dominar el agua, empieza a pensar cómo convivir con ella. Porque, al final, el agua —como la memoria— siempre vuelve a buscar su cauce.